Finiquitada la aterradora dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, ametrallado en una emboscada (1961), la República Dominicana se abrió al mundo. Lo llamaron el milagro dominicano . Bajo el gobierno de Joaquín Balaguer, bendecido por la administración estadounidense, florecieron las inversiones extranjeras, alumbrándose una nueva era en el país, cuyo producto interior bruto (PIB) crecía al 5% anual.
La República Dominicana tenía algo que ofrecer ahí fuera: caña de azúcar. Y de la mano del azúcar emergió el turismo. El mayor molino de azúcar del mundo se encontraba en La Romana, 110 kilómetros al este de la capital, Santo Domingo. La Romana era un enclave pobre y deprimido, aunque de enormes posibilidades naturales: sus acantilados se proyectaban hacia el río Chavón y hacia el Caribe, cuyas aguas explotaban contra sus afilados ángulos.
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